Pedro Emilio


Hola a todos, quiero retomar un relato que escribí hace ya algunos años.

 

El tema principal de esta historia es contar algunas anécdotas de mi Abuelo, Pedro Emilio Gil, no sin antes hacer una advertencia, he contrastado estas historias con varios familiares, algunos recuerdan los hechos en forma muy diferente, en orden distinto, la mayoría ignora algunos de estos hechos, por ejemplo el tema de la notaría (que es sorprendente) me lo contó personalmente en un café de Sevilla un amigo de mi padre que no sé si sigue vivo, referido como algo que su padre recordaba con mucha intensidad, en fin, empecemos.

Nació como ya dije (para los curiosos que hayan tirado números), un 10 de Febrero de 1895, se casó con mi Abuela cuando contaba ya los 30 años y ella 20 por allá en 1925 (bastante mayores para la época, no obstante alcanzó a celebrar sus bodas de oro, hasta en eso cumplió), y según cuentan los diversos cronistas, dedicó su vida entera al desarrollo de ese pequeño punto negro en el mapa al nororiente del Valle del Cauca llamado SEVILLA. (En donde algunos de nosotros, entre ellos la mayor parte de mi familia paterna, además de mi Padre, mis hermanos y yo, tuvimos la dicha de nacer). Dejó entre otras cosas, como pequeña y significativa huella de su paso, no sólo los miles de seres, que vieron modificada su vida en forma positiva con sus enseñanzas, (al parecer fue un gran Maestro, de él pude heredar mi vocación de Mártir, ¡Perdón!, de docente). Si no también una Escuela, un Barrio, una sala de la casa de la cultura y el Estadio de Sevilla llevan su nombre: Pedro Emilio Gil.

Hablar de sus facetas de rector del Colegio General Santander, de Notario, Contador, de Alcalde del Pueblo y de Secretario de Educación del Valle, es bastante interesante, por ejemplo como secretario gestó el primer colegio mixto que hubo en el país, hecho que le valió el honor, en consideración de su filiación política Liberal, de ser excomulgado por la Iglesia católica, de hecho varios amigos de él dicen que desde que tuvo uso de razón sólo entró 2 veces a la iglesia, el día de su matrimonio, pues sin la bendición del cura mi abuela (una mujer hermosísima) no se habría dejado tocar (ni encargar los 9 hijos que al final tuvieron), y el día de su muerte, pues ya enmarcado en el rígido traje de madera no tuvo ánimos para defenderse, el resto de su vida adulta, siempre acompañó a sus amigos hasta la puerta de la iglesia, lugar en donde mientras se hacia la misa de rigor guardaba un respetuoso silencio (según supe, sólo iba por matrimonio o muerte únicos acontecimientos que lo acercaban tanto a la iglesia)

Estos aspectos de su vida pública no tendrían mucho sentido en esta historia, excepto para dar el marco correspondiente, hoy quiero hablarles del Pedro Emilio humano y lo que más me ha impresionado; Cuanto más sé de él, intuyo con mayor fuerza su dimensión mágica y su posible condición de ser “Iluminado”.

Les parecerá un poco fuerte y por decir lo menos optimista o parcializado (aunque esto último es innegable), el calificativo otorgado, pero pienso comentarles los hechos y cada uno de ustedes se contestará si es o no factible y obviamente la inmensa mayoría simplemente pensará que me la fumé verde.

Amante de la Navidad, alguna vez el 16 de Diciembre lo pilló en cama, enfermo, contaba en ese entonces más de 70 años, y al parecer por lo aparentemente grave de su enfermedad, muchos pensaron que podría estar en las últimas. En consecuencia mi abuela en señal de duelo, decidió no armar el tradicional pesebre, que mi abuelo tanto amaba. Pero al ver que esa noche iniciaba la novena, mi abuelo, se levantó enfermo de la cama y ardiendo en fiebre, el mismo se encargó de armar el pesebre, “Nos va a pillar el niño Dios, sin que le armemos su morada”, fueron más o menos sus palabras, era algo muy paradójico, tanta devoción al niño Dios, pues como buen liberal, mi abuelo se declaraba ateo… ¡gracias a Dios!

No sé si fue en esa misma ocasión, pero una de sus respuestas celebres, ante un amigo suyo, que era supremamente formal, y que para darle ánimos le dijo: “Don Pedro Emilio, pero yo lo veo de muy buen semblante”, a lo que mi abuelo simplemente le contestó: “como no estoy enfermo del semblante”. De él también es el apunte pícaro ante la pregunta de cómo se encontraba: “Como la minifalda,... cada día más cerca del hueco”.

A diferencia de la mayoría de los típicos Patriarcas Paisas, que sembraban la autoridad en sus casas con cierto rigor, mi abuelo era el “blando” de la casa, y mi abuela era la encargada de dar rejo, incluso algunos lo han criticado por cómodo, y otros porque permitió que mi abuela sembrara un reino paralelo de cierto terror a sus espaldas. Mi teoría es diferente, no lo creo indiferente a lo que sucedía, pues delante de él, todos mostraban la faceta de un hogar perfecto, el daba lo mejor que cualquier persona puede dar, daba su ejemplo. Adicionalmente, mi abuela cuando quería que algo se respetara sin cuestionarse, decía que lo había dicho mi abuelo (en muchas ocasiones, al parecer sin ser cierto, aunque también es cierto que él nunca la desmintió). Por otra parte, si bien es cierto, mi abuela tuvo un papel muy duro: criar a 9 hijos, y llevar las riendas de un hogar, que en algunos momentos llegó a tener más de 20 personas a su cargo, esto no era para nada una tarea sencilla y según mi padre, imposible de llevar a cabo muerto de la risa, justificando en cierto modo su rudeza, lo cierto es que mi abuelo también se encargó de la misma responsabilidad desde el punto de vista económico y lo hizo trabajando muy duro (desde las 7:00 a.m. hasta tarde en la noche varias veces, jornadas muy duras, máxime si consideramos que era un pueblito cafetero de principios de siglo), haciendo varias labores simultáneamente, como la contabilidad de varias empresas y familias Sevillanas, la rectoría del colegio y el mantenimiento de “La Editora”, industria familiar, con la que adicionalmente, sostuvo durante muchos años un periódico regional, en el que él mismo se encargaba de escribir al menos un 60% de sus artículos.

Periodista, Maestro, Contador y algunas veces con vida política (Alcalde, Rector, Secretario de educación, etc. Como ya dije, algún defecto podía tener), sus múltiples facetas laborales no impidieron que lograra interactuar eficientemente con su familia, aunque si le tocó dejar que las riendas las llevara mi abuela en la forma en que ella considerara más conveniente, respetando no sólo en Ella, sino en todas las personas que conoció, su libertad (este es uno de los aspectos que mejor habla de él, nunca impuso su opinión, el sólo sugería, aunque a veces dichas sugerencias fueran acatadas al pie de la letra, producto del inmenso respeto que el despertaba en todos lo que le rodeaban).

Siendo periodista, al ser interrogado por unos amigos acerca de su opinión respecto de la labor de cierto colega que sostenía un periódico de tinte amarillo, que con un lenguaje muy popular y soez se encargaban de destapar todo tipo de ollas podridas a nivel social y político en el municipio de Sevilla (que nuestra sociedad se encarga de fermentar adecuadamente), dijo: “Él es como los Gallinazos, son sucios, pero limpian el solar”.

Tal vez la anécdota que en lo personal, más le agradezco tiene que ver con el destino de mi padre, quién al salir del bachillerato no era precisamente un adalid del estudio. Debido a la enorme libertad que mi abuelo les dio a sus hijos (de hecho sólo 2 llegaron a ser profesionales, ambos médicos), y pese a ser el rector del Colegio. Mi padre había llegado a ser, un excelso billarista, bailarín, aunque más bien malito para el estudio, según su propio concepto. Paso el tiempo tras el grado de bachiller de mi padre y de repente fueron años, cuando un día en una cafetería del pueblo (las famosas “fuentes de soda” de nuestro medio paisa), un grupo de amigos, se sentaron a hablar de literatura, mi padre se sintió realmente mal, al no conocer nada del letrado tema tratado por sus amigos y al observar su entusiasmo, decidió contagiarse.

Llegó a la casa y preguntó a mi abuelo acerca de algún libro recomendable para iniciarse en la lectura, mi abuelo se los recomendó todos, le dijo que fuera a la biblioteca y escogiera... cualquiera. Mi padre hizo caso, fue a la biblioteca, miró detenidamente, y hubo un libro que le llamó poderosamente la atención, quizás también porque no era de gran tamaño y parecía una buena forma de iniciar: “La Metamorfosis” de un tal, Frank Kafka. Al salir con el libro, su hermano (mi tío) Hernando, le dijo algo del estilo: “vos que haces con ese libro, ese Kafka es muy complicado, incluso para mí”, mi padre pensando que si Hernando, a quién él consideraba “superior”, no había entendido a Kafka, él tendría aún menos posibilidades, se aprestaba a devolverlo, cuando surgió nuevamente la figura de mi abuelo, “¿por qué no lo decides tú mismo?”, mi padre incrédulo, le explicó que si Hernando... “Por qué no lo lees y me cuentas”, fueron nuevamente las palabras de mi abuelo, como ya dije, las sugerencias de mi abuelo, se convertían en ordenes que se acataban gustosamente, mi Padre no sólo pudo con Kafka, (leyó todos los libros que mi abuelo tenía de él, que según tengo entendido no eran pocos), siguió con Freud, y allí inició una afición que lo envolvería 8 horas diarias, de 10:00 p.m. a 6:00 a.m. para luego dormir toda la mañana, levantarse en la tarde e ir al atardecer a hablar de literatura con sus nuevos contertulios.

Esta afición por la lectura, le creo un hábito que 2 años después iniciaría el camino para el ingreso de mi padre a la Universidad (pero esa es otra historia, que luego contaré), y ese momento de la vida de mi padre fue clave, para modificar sensiblemente su destino.

Para no hacer demasiado largo el cuento, prometo contar otras anécdotas de mi abuelo en otra ocasión, quiero terminar este escrito contándoles como fue la muerte de este gran hombre. Un día cualquiera mi abuelo estaba en el concejo municipal, defendiendo la consecución de fondos para la construcción de la casa de la cultura, los concejales conservadores lo acusaron de querer apropiarse para beneficio propio de dichos fondos. Mi abuelo salió triste, contándole a la salida del recinto a uno de sus mejores amigos que ya no tenía nada que hacer en Sevilla, “No me duele que un Conservador me acuse, me duele que ningún Liberal se levante en mi defensa, yo creo que ya es hora de irme”, “irse para donde”, preguntó extrañado el amigo de mi abuelo, “acompáñame a la notaria que tengo que hacer unas vueltas, que no dan más espera” fue la evasiva respuesta de mi abuelo.

Dichas vueltas, tenían que ver con las dos pensiones a las que mi abuelo tenía derecho y que a sus 80 años, aún no cobraba pues seguía trabajando, ese día con ayuda de su amigo el notario, iniciaría las vueltas necesarias para que mi abuela pudiera cobrar dichas pensiones, cuando él muriera.

En vida nunca dejó de trabajar, tenía 80 años y una salud envidiable, pocos meses antes de su muerte había consultado a mi padre (médico), le dijo en la sala que debía hablarle en privado un tema importante relacionado con su salud, mi padre relata que los pocos metros que caminó en dirección a la biblioteca se le volvieron eternos, una cascada de preguntas, su padre lucía increíble pero a los 80 años cualquier dolencia es un problema grave, al estar ya en privado mi abuelo le manifestó que le preocupaba el hecho de tener la necesidad de apoyarse en la pared al enjabonarse los pies en la ducha, mi padre lo miró con incredulidad para cerciorarse que no le estuviera mamando gallo, para luego explicarle al chicanero de mi abuelo que a sus treinta y tantos años mi padre llevaba ya algunos años apoyando su mano en la pared.

Asiduo caminante, tal vez el único deseo que se supo de él para sí mismo, tenía que ver con su muerte: “Deseo morir, sin sufrir, y sin hacer sufrir a los que me rodean”, eran más o menos sus palabras, una vez mi abuela le preguntó delante de varias personas como iba a hacer eso, “Un día me acostaré y amaneceré muerto al otro día”, a ella no le gustaba ni cinco la idea, “¡¿y amanecer contigo muerto a mi lado?!” (Sus palabras textuales según algunos, pero otros las desmienten eran: “¿y amanecer con un fiambre al lado?”), ante esa pregunta mi abuelo siempre guardaba… un respetuoso silencio, pero luego de unos instantes, para tranquilizarla, le decía que lo haría un día en que ella no estuviera. Mi abuela al contar la anécdota a la gente remataba diciendo: “¡Pero se va a joder!, porque no pienso dejarlo solo ni una sola noche” y así fue en forma constante, según las cuentas de varias personas, por más de 30 años.

Una semana después de iniciar sus vueltas notariales y gracias a la diligencia de su amigo el notario, mi abuelo tenía lista una carpeta con todos los papeles necesarios y esa misma tarde se los entregó a mi abuela, quién al ver la carpeta le preguntó: “¡¿Cómo así?!, ¿es que estás planeando morirte?”, mi abuelo la tranquilizó y le dijo que era sólo una medida de precaución. Esa misma noche debido a una operación de apendicitis de urgencia que le efectuaron en Zarzal a mi tío Hernando, mi abuela tuvo que ir a su casa a cuidar a mis primos (Rodrigo y Lucía que tenían 4 y 2 años), quienes se habían quedado solos. Al llegar a la mañana siguiente, cuando fue a despertar a mi abuelo para que pasara a desayunar, simplemente no se quiso levantar, pese a saberlo con certeza llamaron a mi padre, quién hora y media después certificó su muerte (de hecho fue quién firmó su certificado de defunción)

La gente durante el entierro se asombraba de la habilidad del encargado de la funeraria, porque había logrado poner en la cara de mi abuelo una expresión de paz absoluta. La realidad era algo distinta, esa era la misma cara con la que mi padre se había enfrentado, después de media hora de carretera, en la que esperaba llegar a Sevilla y encontrar a mi abuelo desayunando, con todos muertos de la risa, pues se trataba de una mala pasada, un mal entendido, para luego corroborar lo ineludible, que efectivamente estaba muerto.

A nosotros (mis hermanos y yo) no nos llevaron al entierro, porque mis padres consideraron que era mejor para nosotros quedarnos con el último recuerdo de una abuelo vivo (considero que fue algo muy sabio). En el cortejo fúnebre hubo una nutridísima concurrencia de gente en donde sobresalía la presencia de gente joven, con quienes tenía una comunión muy especial.

En el fin de semana siguiente, nos llevaron a Sevilla (con mis hermanos, teníamos 6 y 4 años), habían pasado un par de días después del entierro, la sala de la casa estaba completamente llena de gente que ya estaba asimilando el golpe, en Sevilla todavía se encontraba toda la familia y estaban en una etapa más tranquila y resignada, los llantos desconsolados habían dado paso al silencio reflexivo y flotaban en el ambiente los relatos llenos de recuerdos con las anécdotas personales que todos tenían para contar de Pedro Emilio.

En medio de dicho escenario, mi hermana, una niña de 6 años de intensos ojos verdes entró corriendo llegó al centro de la sala y dio un giro de 360 grados, que sólo los más necios no entienden que sí tiene todo el sentido del mundo, no le importó ver en la sala a todos los tíos, los primos, los amigos, había un solo par de ojos de un azul profundo que a esa niña le interesaba encontrar…fue entonces, cuando ante la pregunta en voz alta de: “Donde está mi abuelito”, se rompió el silencio y la aparente calma inestable después de la tormenta, y absolutamente todos los presentes estallaron en un llanto inconsolable

Comentarios

  1. Nostálgica historia incluso para mí sin haberlo conocido, porque mi abuelo también estableció su familia en esa zona del país y términos como "fuente de soda", "solar", y otras hicieron parte de mi vocabulario infantil en vacaciones. Y así como hay coincidencias con respecto a la historia de mi abuelo, hay también fuertes contrastes, comenzando porque su orgullo era contar que el pueblito en su época era "todo azulito"... Majaderías que seguramente habrían enfrentado a dos buenos hombres que nacieron con dos años de diferencia. De pronto ahora sean amigos, si es que mi godo abuelo tenía la razón y sí hay un cielo al cruzar la puerta.

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